domingo, 12 de enero de 2014

Casa de los mártires romanos Juan y Pablo



Un interesante ejemplo de Domus ecclesiae es la casa de los mártires romanos Juan y Pablo.
Juan y Pablo fueron martirizados en Roma. La passio que narra su gesta les considera
hermanos de sangre y de fe, martirizados y sepultados en su casa, sita en el monte Celio, bajo
el emperador Juliano el Apóstata en la noche del 26 de junio del año 362.


Los peregrinos medievales que llegaban a Roma a venerar los sepulcros de los mártires
empezaban preguntando por la basílica de los Santos Juan y Pablo en el monte Celio. Era de
rigor comenzar por ella el recorrido de los santuarios romanos. Era la única iglesia erigida
sobre tumba de mártires dentro del recinto de la ciudad. Los demás mártires habían sido
enterrados en las afueras, por aquella ley de las Doce Tablas que prohibía la sepultura en el
interior de la ciudad.

El itinerario-guía, que orientaba a los peregrinos a través de los santos lugares, advertía,
además, que la basílica que guardaba tan preciadas reliquias era la propia casa de los
mártires, convertida en iglesia después de su martirio“. A pocos metros del Coliseo arrancaba
un suave repecho, el Clivus Scauri, que les llevaba rápidamente al espacioso atrio que abría
sus pórticos delante de la basílica.
Conocemos hoy perfectamente las características de la casa a que alude la tradición.
Excavaciones realizadas bajo el pavimento de la basílica celimontiana nos han revelado la
disposición interior de aquella casa romana y gran parte de su decoración.
Se trataba de un inmueble de vastas proporciones, que ocupaba una superficie de 2.250
metros cuadrados y treinta metros de fachada.
En el monte Celio, famoso en aquel entonces por la suntuosidad de sus edificios, la grandiosa
“casa de los mártires” encajaba perfectamente.
Encontramos en ella la misma distribución y el mismo gusto por la decoración que distinguían
a las casas patricias romanas.
La parte noble del edificio, destinada a habitaciones de los señores y de sus huéspedes, con
sus amplias salas lujosamente decoradas con estatuas, revestimiento de mármoles, mosaicos
y grandes pinturas murales, contrasta con la estrechez de los dormitorios de los esclavos.
Muy espaciosas las salas de baño.
En las bodegas se han desenterrado gran número de ánforas, cántaros y otras, vasijas donde
se guardaban las provisiones de la casa.
Dos de las ánforas llevan grabado el monograma de Cristo. Trece aposentos conservan
todavía, mejor o peor, la decoración antigua.
No serán obras de arte, pero denotan un gusto bastante depurado. Los temas mitológicos se
combinan con paisajes y motivos ornamentales.
Allí puede contemplarse el cuadro más grande que se conserva de la Roma antigua, pintado al
fresco, sin que el color haya perdido todavía su viveza. Representa a Proserpina que vuelve
del averno, acompañada de Ceres y de Baco. Una mano cristiana, en el siglo IV, extendió
sobre la escena una capa de estuco.

No faltan en la casa de Celio pinturas de inspiración cristiana, que demuestran que sus
moradores, en el siglo IV, eran cristianos. En una de las salas, en medio de figuras de
apóstoles y escenas alegóricas de vida pastoril, se levanta espléndida la Orante, vestida de
dalmática amarilla, con un velo verde sobre la cabeza y los brazos extendidos en actitud de
oración.
Una escalera de piedra ponía en comunicación la planta baja con los pisos superiores. La
casa alcanzaba una altura de quince metros.
Desde sus amplios ventanales podía gozarse de uno de los espectáculos más maravillosos
de Roma. A pocos metros extendía sus grandes arcos de travertino el templo erigido en honor
del emperador Claudio.
Más allá, el Coliseo, los templos y edificios públicos del Palatino, del Foro y del Capitolio y las
termas de Trajano y de Tito desplegaban al sol sus mármoles fulgurantes. Y, por encima de
edificios y murallas, la mirada se perdía en las líneas onduladas de las colinas del Lacio y en
los anchurosos horizontes del mar.