Un
interesante ejemplo de Domus ecclesiae es la casa de los mártires romanos Juan
y Pablo.
Juan
y Pablo fueron martirizados en Roma. La passio que narra su gesta les
considera
hermanos de sangre y de fe, martirizados y sepultados en su casa,
sita en el monte Celio, bajo
el emperador Juliano el Apóstata en la noche del
26 de junio del año 362.
Ver
vídeo (muy bueno) en
http://rsanzcarrera2.wordpress.com/2010/03/27/domus-ecclesiae/
Los
peregrinos medievales que llegaban a Roma a venerar los sepulcros de los
mártires
empezaban preguntando por la basílica de los Santos Juan y Pablo
en el monte Celio. Era de
rigor comenzar por ella el recorrido de los
santuarios romanos. Era la única iglesia erigida
sobre tumba de mártires
dentro del recinto de la ciudad. Los demás mártires habían sido
enterrados en
las afueras, por aquella ley de las Doce Tablas que prohibía la sepultura en el
interior de la ciudad.
El
itinerario-guía, que orientaba a los peregrinos a través de los santos lugares,
advertía,
además, que la basílica que guardaba tan preciadas reliquias
era la propia casa de los
mártires, convertida en iglesia después de su
martirio“. A pocos metros del Coliseo arrancaba
un suave repecho, el
Clivus Scauri, que les llevaba rápidamente al espacioso atrio que abría
sus
pórticos delante de la basílica.
Conocemos
hoy perfectamente las características de la casa a que alude la tradición.
Excavaciones
realizadas bajo el pavimento de la basílica celimontiana nos han revelado la
disposición interior de aquella casa romana y gran parte de su
decoración.
Se
trataba de un inmueble de vastas proporciones, que ocupaba una superficie de 2.250
metros cuadrados y treinta metros de fachada.
En
el monte Celio, famoso en aquel entonces por la suntuosidad de sus edificios,
la grandiosa
“casa de los mártires” encajaba perfectamente.
Encontramos
en ella la misma distribución y el mismo gusto por la decoración que
distinguían
a las casas patricias romanas.
La
parte noble del edificio, destinada a habitaciones de los señores y de sus
huéspedes, con
sus amplias salas lujosamente decoradas con estatuas, revestimiento
de mármoles, mosaicos
y grandes pinturas murales, contrasta con la estrechez de
los dormitorios de los esclavos.
Muy espaciosas las salas de baño.
En
las bodegas se han desenterrado gran número de ánforas, cántaros y otras,
vasijas donde
se guardaban las provisiones de la casa.
Dos
de las ánforas llevan grabado el monograma de Cristo. Trece aposentos
conservan
todavía, mejor o peor, la decoración antigua.
No
serán obras de arte, pero denotan un gusto bastante depurado. Los
temas mitológicos se
combinan con paisajes y motivos ornamentales.
Allí
puede contemplarse el cuadro más grande que se conserva de la Roma antigua,
pintado al
fresco, sin que el color haya perdido todavía su
viveza. Representa a Proserpina que vuelve
del averno, acompañada de Ceres
y de Baco. Una mano cristiana, en el siglo IV, extendió
sobre la escena una
capa de estuco.
No
faltan en la casa de Celio pinturas de inspiración cristiana, que
demuestran que sus
moradores, en el siglo IV, eran cristianos. En una de las
salas, en medio de figuras de
apóstoles y escenas alegóricas de vida pastoril,
se levanta espléndida la Orante, vestida de
dalmática amarilla, con un
velo verde sobre la cabeza y los brazos extendidos en actitud de
oración.
Una escalera
de piedra ponía en comunicación la planta baja con los pisos superiores.
La
casa alcanzaba una altura de quince metros.
Desde
sus amplios ventanales podía gozarse de uno de los espectáculos más
maravillosos
de Roma. A pocos metros extendía sus grandes arcos de travertino
el templo erigido en honor
del emperador Claudio.
Más
allá, el Coliseo, los templos y edificios públicos del Palatino, del Foro y del
Capitolio y las
termas de Trajano y de Tito desplegaban al sol sus mármoles
fulgurantes. Y, por encima de
edificios y murallas, la mirada se perdía en las
líneas onduladas de las colinas del Lacio y en
los anchurosos horizontes
del mar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario