La monarquía romana (en latín, Regnum Romanum) fue la
primera forma política de gobierno de la ciudad estado de Roma, desde el
momento legendario de su fundación el 21 de abril del 753 a. C., hasta el final
de la monarquía en el 509 a. C., cuando el último rey, Tarquinio el Soberbio,
fue expulsado, instaurándose la República romana.
La mitología romana vincula el origen de Roma y de la
institución monárquica al héroe troyano Eneas, quien, huyendo de la destrucción
de su ciudad, navegó hacia el Mediterráneo occidental hasta llegar a Italia.
Allí fundó la ciudad de Lavinio, y posteriormente su hijo Ascanio fundaría Alba
Longa, de cuya familia real descenderían los gemelos Rómulo y Remo, los
fundadores de Roma.
Fundación de Roma.
El origen de la ciudad de Roma puede situarse especialmente
cerca del monte Palatino, junto al río Tíber, en un punto en el cual existía un
vado natural que permitía su cruce, siendo además navegable desde el mar
(ubicado a 25 km río abajo) únicamente hasta esa posición. En ese punto el río
discurría entre varias colinas excavadas por su cauce, aisladas entre sí por
valles que el Tíber inundaba en sus crecidas, lo que convertía la zona en
pantanosa, y por lo que la población de agricultores y ganaderos fue en su
origen muy reducida.
Este punto estratégico presentaba una ubicación fácil de
defender respecto a la amplia llanura fértil que rodeaba el lugar, protegido
como estaba por el Palatino y las otras colinas que lo rodeaban, siendo además
un cruce destacado en las rutas comerciales del Lacio central, y entre Etruria
y Campania. Todos estos factores fueron los que a la larga contribuyeron al
éxito y a la fortaleza de la ciudad.
El origen étnico de la ciudad hay que remontarlo a la fusión
de las tribus latinas de la aldea del Germal (Roma quadrata) con los sabinos
del Viminal y el Quirinal, creando así la Liga de Septimontium o Septimoncial
(Liga de los siete montes), una confederación religiosa pre-urbana de clara
influencia etrusca, el poder hegemónico de Italia en esta época. El nombre de
la ciudad podría remontarse hasta la gens etrusca Ruma, si bien existen otras
teorías al respecto.
Problemática
histórica de la monarquía romana
Las crónicas tradicionales de la historia romana, que han
llegado hasta la actualidad a través de autores clásicos como Tito Livio,
Plutarco, Virgilio, Dionisio de Halicarnaso y otros, cuentan que en los
primeros siglos de la vida de Roma hubo una sucesión de siete reyes. La
cronología tradicional, narrada por Varrón, arroja la cifra de 243 años de
duración total para estos reinados, es decir, un promedio de 35 años por
reinado (mucho mayor que el de cualquier dinastía documentada), aunque ha sido
desestimada actualmente, desde los trabajos de Barthold Georg Niebuhr. Los
galos, liderados por Breno, saquearon Roma tras su victoria en la batalla de
Alia en el 390 a. C. (Polibio da la fecha del 387 a. C.), de forma que todos
los registros históricos de la ciudad resultaron destruidos, incluyendo
aquellos de las fases más antiguas, por lo que las fuentes posteriores han de
tomarse con cautela. Las crónicas tradicionales analizan las evidencias
arqueológicas de los inicios de Roma, que no obstante coinciden en señalar su
poblamiento a mediados del siglo VIII a. C.
En algún momento desconocido de la etapa monárquica de su
historia, Roma cayó bajo el control de los reyes etruscos. Los reinados de los
primeros monarcas son bastante sospechosos, debido a la larga duración media de
los mismos y al hecho añadido de que algunos parecen estar redondeados en torno
a los 40 años de duración. Este curioso dato, que incluso destaca más comparado
con los reinados de la actualidad en que la esperanza de vida es mayor, quedaba
explicado en las tradiciones romanas debido a que la mayoría de los reyes
habían sido cuñados de su predecesor. No obstante, es más probable que tan sólo
los últimos reyes de esta etapa pudieran haber existido realmente, mientras que
no quedan evidencias históricas referentes a los primeros reyes de Roma.
Características de la
monarquía romana
Antes de su etapa republicana, Roma fue una monarquía
gobernada por reyes (en latín, rex, pl. reges). Todos los reyes, excepto Rómulo
(por haber sido el fundador de la ciudad), fueron elegidos por la gente de Roma
para gobernar de forma vitalicia, y ninguno de ellos usó la fuerza militar para
acceder al trono. Aunque no hay referencias sobre la línea hereditaria de los
primeros cuatro reyes, a partir del quinto rey, Tarquinio Prisco, la línea de
sucesión fluía a través de las mujeres de la realeza. En consecuencia, los
historiadores antiguos afirman que el rey
era elegido por sus virtudes y no por su descendencia.
Los historiadores clásicos de Roma hacen difícil la
determinación de los poderes del rey, ya que refieren que el monarca posee los
mismos poderes de los cónsules. Algunos escritores modernos creen que el poder
supremo de Roma residía en las manos del pueblo, y el rey sólo era la cabeza
ejecutiva del Senado romano, aunque otros creen que el rey poseía los poderes
de soberanía y el Senado tenía correcciones menores sobre sus poderes.
Lo que se conoce con certeza es que sólo el rey poseía el derecho de auspicium, la capacidad para
interpretar los designios de los dioses en nombre de Roma como el jefe de
augures, de forma que ningún negocio público podía realizarse sin la voluntad
de los dioses, dada a conocer mediante los auspicios. El rey era por tanto
reconocido por el pueblo como la cabeza
de la religión nacional, el jefe ejecutivo religioso y el mediador ante los
dioses, por lo cual era reverenciado con temor religioso. Tenía el poder de
controlar el calendario romano, dirigir
las ceremonias y designar a los cargos religiosos menores. Fue Rómulo quien instituyó el cuerpo de augures, siendo él mismo reconocido como el
más destacado entre todos ellos, de la misma forma que Numa Pompilio instituyó
los pontífices, atribuyéndosele la creación del dogma religioso de Roma.
Más allá de su autoridad religiosa, el rey era investido con la autoridad militar y judicial suprema mediante
el uso del imperium. El imperium del rey era vitalicio y siempre lo
protegía de ser llevado a juicio por sus acciones. Al ser el único dueño del
imperium de Roma en esta época, el rey poseía autoridad militar indiscutible
como comandante en jefe de todas las legiones romanas. De la misma forma, las
leyes que salvaguardaban a los ciudadanos de los abusos cometidos por los
magistrados con imperium aún no existían durante la etapa monárquica.
El imperium del rey le otorgaba tanto poderes militares como
la capacidad de emitir juicios legales en todos los casos, al ser el jefe
judicial de Roma. Aunque podía designar pontífices para que actuasen como
jueces menores en algunos casos, sólo él tenía la autoridad suprema en todos
los casos expuestos ante él, tanto civiles como criminales, tanto en tiempo de
guerra como de paz. Un consejo asistía al rey durante todos los juicios, aunque
sin poder efectivo para controlar las decisiones del monarca. Mientras algunos
autores sostenían que no había apelación posible a las decisiones del rey,
otros opinaban que cualquier propuesta de apelación podía ser llevada ante el
rey por un patricio, mediante la reunión de la Asamblea de la Curia.
Otro de los poderes del rey era la capacidad para designar o nombrar cargos u oficios, entre ellos el
de tribunus celerum que ejercía tanto de tribuno de los Ramnes (romanos), como
de comandante de la guardia personal del rey, un cargo equiparable al de
prefecto del pretorio existente durante el Imperio romano. Este cargo era el
segundo al mando tras el propio monarca, y poseía la potestad de convocar la
Asamblea de la Curia y dictar leyes sobre ella. El tribunus celerum debía
abandonar su mandato a la muerte del monarca.
Otro cargo designado por el rey era el prefecto urbano, que actuaba como el guardián de la ciudad. Cuando
el rey se hallaba ausente de Roma, este cargo recibía todos los poderes y
capacidades del rey, hasta el punto de acaparar el imperium mientras se hallase
dentro de la ciudad. Otro privilegio exclusivo del rey era el de designar a los patricios para que actuasen
como senadores en el Senado.
Bajo el gobierno de los reyes, el Senado y la Asamblea de la Curia tenían en verdad poco poder y
autoridad. No eran instituciones independientes, en el sentido de que sólo
podían reunirse, y de forma conjunta, por orden del rey, y sólo podían discutir
los asuntos de estado que el rey había expuesto previamente. Mientras que la Asamblea curiada tenía al menos el poder
de aprobar leyes cuando el rey así lo concedía, el Senado era tan sólo un
consejo de honor del rey. Podía aconsejar al rey sobre sus actos, pero no
imponerle sus opiniones. La única ocasión en que el rey debía contar
expresamente con la aprobación del Senado era en caso de declarar la guerra a
una nación extranjera.
Las insignias y honores de los reyes de Roma consistían en
12 lictores portando las fasces que contenían hachas, el derecho a sentarse
sobre la silla curul, la Toga Picta
púrpura, calzado rojo, y diadema plateada sobre la cabeza. De todos estos
distintivos, el más destacado era la toga púrpura.
Fuente:
- Wikipedia.