Tras la muerte de Rómulo, el reinado de la ciudad recayó
sobre el sabino Numa Pompilio. Si bien en un principio no deseaba aceptar la
dignidad real, su padre le convenció para que aceptara el cargo, para servir
así a los dioses. Recordado por su sabiduría, su reinado estuvo marcado por la
paz y la prosperidad.
Numa reformó el calendario romano, ajustándolo para el año
solar y lunar, añadiendo además los meses de enero y febrero hasta completar
los doce meses del nuevo calendario.
Instituyó numerosos
rituales religiosos romanos, como el de los salii, designando además un flamen
maioris como sacerdote supremo de Quirino, el flamen Quirinalis.
Organizó el
territorio circundante de Roma en distritos, para una mejor administración, y
repartió las tierras conquistadas por Rómulo entre los ciudadanos, a la vez que
se le atribuye la primera organización de la ciudad en gremios u oficios.
Numa fue recordado como el más religioso de todos los reyes,
por encima incluso del propio Rómulo. Bajo su reinado se erigieron templos a
Vesta y Jano, se consagró un altar en el Capitolio al dios de las fronteras
Terminus (*en el lugar donde posteriormente se construiría el Templo de Júpiter, quedando sus ruinas incluidas en el nuevo edificio. "Roma" Coarelli), y se organizaron los flamen, las vírgenes vestales de Roma y los
pontífices, así como el Collegium Pontificum. La tradición cuenta que durante
el gobierno de Numa un escudo de Júpiter cayó desde el cielo, con el destino de
Roma escrito en él. El rey ordenó hacer once copias del mismo, que fueron
reverenciadas como sagradas por los romanos.
Como hombre bondadoso y amante de la paz, Numa sembró ideas
de piedad y de justicia en la mentalidad romana. Durante su reinado, las puertas
del templo de Jano estuvieron siempre cerradas, como muestra de que no había
emprendido ninguna guerra a lo largo de su mandato. Tras 43 años de reinado, la
muerte de Numa ocurrió de forma pacífica y natural.
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